No da igual la igualdad. Aunque quizá deberíamos explicar, a aquellos que tienen los oídos menos sordos que sus entendederas, que no se trata de uniformarnos, de guardar fila india como un colegio o como un batallón, ni desfilar marcialmente al paso de quien nos lo marque. Cuando decimos igualdad, los hombres y mujeres del siglo XXI, estamos diciendo todos y todas iguales; pero, al mismo tiempo, todas y todos diferentes. No hay igualdad sin diversidad, sin diferencia, sin el pie cambiado. Igualdad en la heterodoxia. Igualdad entre los contrarios para comprender que en realidad siempre somos complementarios. Igualdad de oportunidades e igualdad ante la ley. Igualdad ante los salarios y en el pan nuestro de cada día, en eso que ahora los modernos llaman conciliación y que siempre fue el estribillo de viejas canciones de cuando fuimos rebeldes:
Con tu quiero y con mi puedo
Vamos juntos compañero.
Y compañera. Las principales víctimas del machismo son las mujeres, pero hay muchas otras bajas colaterales, desde los homosexuales a los menores de edad, desde la prostitución a los propios hombres, a quienes se ha asignado un papel terrible y sempiterno, el de la ley los fuertes, en un mundo débil; el de los indudables en un tiempo de incertidumbre; el de los ojos secos en un valle de lágrimas; el de la frialdad y el cálculo en un momento en el que sabemos con Eduardo Galeano que la solidaridad es la ternura de los pueblos.
No somos así el común de los hombres. Al menos, yo me niego a pensar que jugamos al sempiterno macho alfa de una noche de testosterona, el de la pata quebrada y en casa, el de los chistes zafios y el de la mujer invisible. No podemos decir que la lucha por la igualdad y por la vida concierne sólo a las mujeres cuando la mujer muere a manos de aquellos que supuestamente la quisieron pero que la hicieron sufrir o la hicieron morir, en una estadística que se ha disparado definitivamente este año. A quienes nos debería preocupar más el feminicidio es a los hombres, porque yo no quisiera que nadie me confundiese con el asesino que aprieta el lazo del odio hasta estrangular a su odiada amante, con Glenn Ford contra el rostro de Gilda, con las cincuenta sombras de Grey sin glamour ni cuero, en el maltrato psicológico del día a día, en la noche donde las paredes oyen con miedo el sonido de unas llaves que se acercan, el grito que escupe contra el cuarto de los niños, el cuerpo sin vida y sin rastro de las maquiladoras de Ciudad Juarez, la anciana muerta en Chiclana, la joven y la niña en Sotogrande.
Yo soy europeo y no tengo que ver nada con Hitler, por el hecho de que fuera europeo. Yo soy zurdo de ideas y no por ello guardo relación alguna con José Stalin, que se apropió en vano del nombre de la izquierda. Soy hombre y no me parezco a quienes mal quieren y hacen llorar a sus mujeres; a quienes declaran la guerra y no el amor, sobre el teatro de operaciones de la tutela de sus hijos. Ni a quienes creen que luchar porque la mujer decida qué hace con su cuerpo es un asesinato desde la perspectiva implacable de una moral que pretenden imponernos a aquellos que ya estamos bastante desmoralizados con el resto de sus imposiciones.
La igualdad también es cosa de hombres. Pero la hemos aprendido de las mujeres. En mi caso, debo confesarlo, de aquella abuela que sobrevivió a la dictadura desde una huerta o traficando medias de cristal, azúcar o tabaco, en el estraperlo de la supervivencia. O aquella otra que resistió el paso del tiempo como una de aquellos tumbados de José Manuel Caballero Bonald, contemplando la vida desde el humilde trono de una vieja mecedora de madera. O de una madre que aprendió a leer Cien Años de Soledad para aliviarse a bocados el luto por la temprana muerte de su esposo. O de aquellas que amaron y me desamaron. De la compañera que ahora va conmigo y de la que aprendo a diario que la dicha no es una conquista sino un hermoso viaje compartido.
Gracias a todas. Y gracias a vosotros y a vosotras por confiarme esta mención especial de hombres por la igualdad. Ojalá lo merezca. Mi lado femenino me lleva hacia ese rumbo. Mi lado masculino, sin embargo, se le va pareciendo mucho. Es más, yo diría que ambos son iguales. Pero, afortunadamente, también son distintos."