Noticia publicada el 07/04/23

Notas al Programa - Encuentro de Primavera 2023

En busca de la tranquilidad para el corazón solitario

Daahoud Salim (1990) posee una formación poliédrica que le permite explorar diferentes terrenos compositivos de una forma orgánica, sabiendo conservar estructuras clásicas integradas con elementos provenientes del jazz.

Componente del Programa Andaluz para Jóvenes Intérpretes en la especialidad de piano desde 2006 hasta 2011, el hecho de compaginar su formación y su carrera interpretativa como pianista con la de compositor, le ha permitido desarrollar un lenguaje propio que, posiblemente, tuvo un importante punto de inflexión el pasado verano, momento en que el prestigioso Cuarteto Casals, Premio Nacional de Música en 2006, estrenó su obra Plaza en silencio y azoteas alegres, de la que Juan Lucas, director de la revista Scherzo, destacó cómo “por momentos, la escritura de Salim recuerda a cierta música como al aire libre -pensaba mientras la escuchaba en Toldrá – y al tono entre idílico y descriptivo de algunos ingleses con Britten a la cabeza”.

De esa indagación constante y de los procesos creativos y expresivos de la música norteamericana del siglo XX surge De Paz Interna (2021), un concierto para saxo realizado por encargo del Programa Andaluz para Jóvenes Intérpretes y supone, para el autor, una obra “inspirada en procesos personales internos”. Cada uno de los cuatro movimientos presenta un conflicto concreto y finaliza con su resolución, a modo de pequeña conquista, de triunfo sobre una parcela interior, enlazando en cierto modo con A love supreme, de Coltrane, resolution incluida.

Pero, si de conflictos personales se trata, debemos hacer referencia a las dolorosas experiencias que Gustav Mahler (1860-1911) vivió en sus últimos años, definidos por el propio autor como “una crisis colosal” que, sin embargo, le avocarían a un prolífico periodo compositivo.

Y es que 1907 marcó un punto de inflexión en la vida de Mahler: A la muerte de su hija mayor, se sumó la pérdida del puesto de director de la Ópera de Viena, lo que le provocó una afección cardíaca unida a una depresión que le conducirían hasta la muerte, el 18 de mayo de 1911.

A pesar de ello, como decíamos, Mahler afrontó la enfermedad desde la creación artística, planteándose -como en realidad había hecho a lo largo de toda su vida- preguntas sobre la vida y, sobre todo, la muerte, a través de su música. Fueron estos últimos años muy productivos en la vida del autor, dando luz a sus últimas sinfonías y a esa “cantata sinfónica” que es Das Lied von der Erde (la canción de la Tierra).

Compuesta entre la Octava y la Novena sinfonías, Mahler no quiso numerarla, en parte por la estructura y la concepción poco convencionales, en parte por la extendida superstición de no sobrepasar el número de sinfonías creadas por Beethoven para no tentar a la muerte (el propio Beethoven dejó su Décima inacabada, al igual que Bruckner o Dvorak). Escrita entre 1907 y 1909, entre Austria y Nueva York, donde debutó en el Metropolitan Opera House el 1 de enero de 1908, Mahler escogió para esta peculiar producción, una gran orquesta que, sin embargo, administró con sobriedad: de los seis movimientos, sólo en determinados pasajes de la primera, la cuarta y la sexta canción encontramos un tutti orquestal, siendo mucho más frecuente una textura camerística que dan la posibilidad a los solistas vocales a crear una amplia gama expresiva. Precisamente, en la propia partitura especifica que los cantantes serán una contralto y un tenor pero aclara que, “si es necesario”, la voz de contralto puede ser asumida por un barítono, opción que fue ganando aceptación a partir de la pionera grabación de Dieskau con Bernstein en los años 60.

Tal y como comentábamos al comienzo de estas líneas, el tema de la muerte es recurrente en Mahler a lo largo de toda su producción, tanto en las tempranas Canciones de un viajero, pasando por la Segunda sinfonía (como preludio de la resurrección), la Quinta y sus marchas fúnebres, hasta llegar a las tres últimas grandes obras de su vida, Das Lied von der Erde, la Novena sinfonía -ya prácticamente alejada de la tonalidad- y la inacabada Décima.

Sin embargo, en Das Lied, Mahler escoge una serie de poemas chinos -parafraseados por Hans Bethge en su Die chinesische Flöte (La flauta china)-, en los que, tal y como le reconocería a su buen amigo el director Bruno Walter, muestra “el hábito de vivir más dulce que nunca”. Posiblemente su gran crisis vital le llevaron a emprender un camino de vuelta a sí mismo, en el que, como reconocería a Walter “tengo que volver a aprender a caminar y a pararme”. Así, a través de la poesía y de la música, el compositor -aquí también poeta, también cantante-, se despide de las delicias terrenales a través de versos tan elocuentes como el que emplea en la despedida del último movimiento:

¡Oh, amigo mío,

la fortuna no fue benevolente conmigo en este mundo!

¿A dónde voy? Voy a errar por las montañas.

Busco la tranquilidad para mi corazón solitario.

Hago camino hacia la patria, hacia mi hogar.

Ya nunca más vagaré en la lejanía.

Mi corazón está tranquilo y espera su hora.

¡La querida tierra florece por todas partes en primavera y se llena de verdor

nuevamente! ¡Por todas partes y eternamente resplandece de azul la lejanía!

Eternamente... eternamente...

 

El musicólogo Deryck Cooke, experto en Mahler, define los seis movimientos del siguiente modo:

 

Das Trinklied vom Jammer der Erde (La canción del dolor de la Tierra) grita un desafío a la muerte inminente, con una sección central cuya visión de la belleza terrenal anuncia el final de la obra, si bien predomina el espíritu del triste estribillo “oscuridad es vida, oscuridad es muerte”. Der Einsame im Herbst (El solitario en otoño) es el movimiento lento de la sinfonía, que comienza con una resignación cansada, alcanza un tremendo clímax de desesperación y retrocede de nuevo hacia un cansancio en el que todas las pasiones y esperanzas se agotan.

Los siguientes tres movimientos, Von der Jugend – Von der Schönheil – Der Trunkene im Frühling (De la juventud – De la belleza – El borracho de la primavera), conforman el scherzo, con un tinte melancólico en sus tres partes, a veces algo irónico en su recuerdo de las alegrías del pasado.

Finalmente, Der Abschied (la despedida) es una maravilla de orquestación, reflejando y realzando las visiones del texto de tragedia aplastante y arrepentimiento agridulce, logradas mediante el uso de tantos intérpretes como sea posible y, al mismo tiempo, tan pocos como sea posible. Una crónica del cansancio del cuerpo y el alma, un abrazo a la muerte y, finalmente, una exquisita efusión lírica de fe en la renovación de la vida en una enorme coda que concluye con el pasaje anteriormente citado, que se desvanece en la distancia “por todas partes y eternamente… eternamente…”.

 

Gustav Mahler murió antes de poder ver estrenada su Das Lied von der Erde. La première tuvo lugar el 20 de noviembre de 1911 en la Tonhalle de Munich, bajo la dirección de Bruno Walter, con Sara Cahier y William Miller como solistas.

La obra tuvo una gran acogida por parte de público y crítica pero, quizá, el comentario que Anton Webern escribiría a Alban Berg sobre la pieza es el que mejor capta la esencia de Das lied von der Erde, que aúna, además, el espíritu de las dos obras que se van a interpretar en este concierto: “es como la vida que pasa, mejor vivida, en el alma del moribundo. La obra de arte se condensa; lo fáctico se evapora, la idea permanece; tales son estas canciones”.

 

Beatriz González Calderón

Marzo 2023