Iª Valoración Económica Integral de los Ecosistemas Forestales de Andalucía

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Los bosques han sido tradicionalmente fuente de alimento, energía y materias primas para el hombre; frutos, maderas, leñas, pastos o caza fueron recursos imprescindibles para su supervivencia durante siglos. Con el tiempo, el hombre aprendió a utilizar otros muchos recursos forestales como resinas, esparto, mimbre, corcho, plantas condimentarias y aromáticas, etc.

Con la llegada de la revolución industrial comienzan a demandarse de los bosques productos muy específicos pero en cantidades importantes, como apeas para minas, vigas para la construcción o posteriormente madera para pasta de papel.

Ya durante el siglo XX se produce un importante cambio en la relación entre el hombre y el bosque. Las energías fósiles, como el carbón o el butano, sustituyen a la leña como elemento calorífico por excelencia, las tradicionales vigas de madera dejan paso a las de hormigón, las resinas sintéticas desplazan a las obtenidas de los pinos, los espartizales se abandonan al no ser capaces de competir con los textiles artificiales, la poderosa industria farmacéutica hace innecesaria la recolección de plantas medicinales y la ganadería trashumante, que tanto había modelado nuestro paisaje, se estabula.

Muchos de los recursos forestales que habían ocupado un lugar primordial en la vida cotidiana de los pueblos y en el patrimonio y la cultura rural, caen en desuso; únicamente algunos productos como madera, piñón, castaña, corcho o pastos resisten la competencia del mercado.

Pero a finales del siglo XIX la sociedad comienza a demandar de los terrenos forestales la satisfacción de unas necesidades que nada tienen que ver con la producción directa de recursos. Los bosques comienzan a considerarse productores de servicios ambientales. Una consecuencia es la declaración del primer parque nacional, el de Aigüestortes, en 1916, así como la realización de numerosas actuaciones de restauración hidrológico forestal destinadas a la defensa de las infraestructuras y de los pueblos, periódicamente arrasados por las avenidas de agua y tierra provocadas por la deforestación de las cabeceras de las cuencas.

Posteriormente, el Plan Nacional de Repoblaciones de 1939, cuya finalidad era la reconstrucción del patrimonio forestal y asegurar el abastecimiento de maderas y leñas, fue puesto en marcha para dar trabajo en un sector rural cuya economía había quedado muy maltrecha tras la guerra civil.

Conforme avanza el siglo XX los montes se terciarizan cada vez más, es decir pasan de ser únicamente productores de bienes a productores de bienes y servicios ambientales. El crecimiento de las grandes ciudades a mediados de los años sesenta del siglo pasado va parejo a la demanda de terrenos forestales para ocio, esparcimiento y recreo de la creciente población urbana.

Posteriormente han ido surgiendo nuevas necesidades que deben ser cubiertas por los montes, como la protección de la biodiversidad, del paisaje o la estabilidad climática planetaria amenazada por la sobreabundancia de gases de efecto invernadero. Finalmente, cabe recordar que existe otro tipo de consideraciones sobre los servicios que los montes proporcionan y que son muy difícilmente evaluables, como su participación en los valores culturales, éticos o religiosos de los pueblos así como los usos futuros aún por conocer.

Esta terciarización de los terrenos forestales así como la sensibilización social ante la pérdida de valores medioambientales del planeta, son factores que han ido condicionando la gestión forestal sin que por el contrario se hayan podido incorporar al circuito económico los servicios que los montes proporcionan a la sociedad.

Sin embargo, es una contradicción que la importancia de los bosques hoy en día, esté fundamentada principalmente en sus servicios ambientales o externalidades, y que éstas carezcan de valoración, precio cierto y mercado.

Por eso, la Consejería ha llevado a cabo una valoración integral de los bienes y servicios que los montes andaluces proporcionan, estudio complejo del que se desprende la preeminente importancia que tienen los servicios ambientales y recreativos de los terrenos forestales para garantizar la calidad de vida de la sociedad del siglo XXI. Es decir, los montes son considerados por gran parte de la sociedad como guardianes de la biodiversidad, elementos imprescindibles del paisaje, lugares de recreo, ocio y esparcimiento y reguladores del cambio climático.

Conociendo el valor real de los montes nos acercamos más al establecimiento de una economía ecológica, social y de mercado que posibilite la puesta en marcha de los mecanismos compensatorios necesarios que hagan realidad la Gestión Forestal Sostenible. Para ello será inevitable el establecimiento de una distribución equitativa de cargas y beneficios entre los espacios forestales, donantes de servicios ambientales, y los espacios agrícolas y urbanos, receptores de dichos servicios.