ir educándose en el sentido más profundo
de esta palabra.
La interpretación busca más despertar la
curiosidad que satisfacerla; hacer visible
aquello que, en apariencia, es insignifi-
cante. Así, una buena interpretación, bien
realizada, puede conseguir que la gente
se interese por aspectos que, hasta ese
momento, habían sido absolutamente in-
trascendentes para su vida. Para ello, es
fundamental racionalizar los esfuerzos
económicos y de comunicación de ma-
nera que el público pase de ser un mero
espectador a convertirse en una persona
educada ambientalmente, capaz de co-
laborar e implicarse en la conservación y
gestión del patrimonio natural (y también
del resto de los valores patrimoniales).
mundo cotidiano y el lugar que se visita,
brindarle una información básica, contener
una serie de servicios de diferente índole,
etc. Sin embargo, no constituyen la forma
ideal de realizar interpretación, que debe
realizarse en presencia de aquello que es
interpretado, excepto cuando exista algún
tipo de riesgo para el recurso o los visi-
tantes; todo lo demás son formas vicarias
que, a pesar de su mejor intención, jamás
podrán asemejarse a la relación real, de
primera mano, entre el visitante y el rasgo
interpretativo. Además, son la naturaleza y
el tratamiento de la información lo que con-
vierten a unas instalaciones en centro de
interpretación o no.
Muy probablemente, lo que hace diferente
a la interpretación de otras estrategias de
comunicación, dirigidas a la conservación,
sean el público y las circunstancias que
rodean al proceso de transmisión de in-
formación relevante sobre un determinado
bien patrimonial. El destinatario de la inter-
pretación está constituido exclusivamente
–y por definición– por el público general
que visita determinados lugares durante su
tiempo de ocio: una audiencia no cautiva
que no está sujeta a ningún tipo de obliga-
ción cuando se enfrenta a un bien natural o
cultural, y cuya única expectativa de prove-
cho es de carácter espiritual o estético, sin
que exista ningún tipo de incentivo extraor-
dinario (aprobar exámenes, ser felicitado
por padres o madres, etc.). Esta, en defi-
nitiva, es la misma razón que nos mueve a
ir al cine o al teatro o a leer un buen libro:
sentirnos bien con nosotros mismos.
No es, por tanto, el caso de, por ejemplo,
los grupos que, procedentes de los distin-
tos niveles del sistema educativo acuden a
visitar un espacio protegido, acompañados
habitualmente por el profesorado, dentro
de programas de EA. Si bien es cierto que
pueden emplearse técnicas interpretativas
en el tratamiento de este y otros colectivos,
la realidad es que los objetivos de dichos
programas (teóricamente relacionados de
manera directa con el currículo escolar), así
como las actividades a ellos destinadas no
pueden llamarse verdaderamente interpre-
tación. Esta busca despertar la curiosidad
por encima de satisfacerla y es este peque-
ño detalle, y otros muchos como él, los que
marcan la diferencia sustancial entre lo in-
terpretativo y lo estrictamente educativo. No
obstante, también es cierto que en la medi-
da que estos programas escolares avanzan
hacia la “no formalidad” e incluso la “infor-
malidad” más cercanos estarán de la IP.
En 1982, Paul Risk realizó una definición de
la interpretación (ambiental, en este caso)
que es, sin duda, la que más la aproxima a
la EA. Para este autor, se trataría de la
tra-
ducción del lenguaje técnico y complejo de
las disciplinas relativas al medio ambiente a
una forma no técnica y cuyo fin último no
es otro que crear en el visitante sensibilidad,
conciencia, entendimiento, entusiasmo y
compromiso hacia el recursoque es interpre-
tado
y que todo ello, lógicamente, redunde
en su conservación. Este
conjunto de intenciones se
corresponde casi en su tota-
lidad con los distintos niveles
de objetivos que muchos au-
tores consideran básicos en
la EA: sensibilización, toma
de conciencia, conocimien-
to, desarrollo de actitudes y
desarrollo de aptitudes.
Sin embargo, para quienes
nos dedicamos profesional-
mente a la interpretación,
esta definición no deja de
ser algo ingenua, sobre todo
porque no tiene en cuenta la
realidad en que se desarro-
llan los procesos vinculados
a la interpretación, en los que
prima la escasez de tiempo.
En este sentido, y a modo
de ejemplo, comentar que
numerosos estudios sobre
visitantes demuestran que el
tiempo medio que pasan los
visitantes ante un cartel no
superan los 45 segundos.
A modo de conclusión
Educar a un público general, tanto en lo
ambiental como en otros aspectos relati-
vos a la conservación del patrimonio no es
tarea fácil. La interpretación debe mover-
se entre el entretenimiento (provocando la
diversión y la recreación del público) y la
inspiración (generación de emociones) de
manera que el público llegue a ser sensible
ante determinadas realidades de nuestro
medio ambiente y sus problemáticas con-
cretas. De esta manera, es posible que con
la suma de pequeños momentos de disfru-
te y sensibilización la gente sea capaz de
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La interpretación busca más
despertar la curiosidad que
satisfacerla; hacer visible
aquello que, en apariencia,
es insignificante.
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septiembre 2013