Torre almenara del Rocadillo (Carteia), una nueva perspectiva (I)

Su misión era vigilar la desembocadura del río Guadarranque y hacer correr las señales de la torre de entre Entrerríos y Gibraltar

10-10-2022

Corrían las décadas finales del siglo XVI, en tiempos de la casa de Austria, cuando Felipe II hizo que las costas de España se poblaran de atalayas para prevenirlas de ataques enemigos. El hijo del emperador Carlos, que ceñía las coronas de los reinos de Portugal y de España, acumulaba en sus manos el mayor poder que ningún hombre hubiese ostentado jamás. Y atraía, a su vez, la enemistad de numerosos pueblos, celosos unos de su propia independencia y temerosos otros de la hegemonía hispano-lusa, por entonces intensamente vinculada al catolicismo.

Las órdenes del rey Piadoso comenzaron a plasmarse con la erección de algunas torres en las costas de Cádiz y Huelva hacia 1585-1588, mediante la intervención de Luis Bravo de Laguna, Juan Pedro Libadote y Giliberto de Bedoya. A la bahía de Algeciras se asomaba, por entonces, una sola ciudad, Gibraltar, origen histórico de San Roque y heredera de los términos que habían conformado la Algeciras medieval, arrasada en el siglo XIV. Y esta, a su vez, había recibido el testigo de Carteia como entidad administrativa relevante de la zona.

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